lunes, 20 de junio de 2011

LA MEMORIA HISTÓRICA

REFLEXIONES SOBRE LA MEMORIA HISTÓRICA

REFLEXIONES SOBRE LA MEMORIA HISTÓRICA

Hasta hace poco tiempo la expresión “memoria histórica” evocaba inmediatamente en nosotros el triste recuerdo del Holocausto judío y de los desaparecidos por razones políticas en diversos países. Se trata de una expresión literariamente feliz que puede ser utilizada con muchos significados. En nuestros días se maneja casi exclusivamente como recurso político, lo cual es preocupante.


1. ACLARACIONES CONCEPTUALES


La expresión “memoria histórica” es un concepto acuñado por el historiador francés Pierre Nora para designar el esfuerzo de algunos grupos humanos por entroncar con su pasado, sea éste real o imaginado, valorándolo y tratándolo con especial respeto. Nacido en 1931, Pierre Nora es conocido principalmente por sus trabajos sobre la identidad francesa y es considerado como el representante más destacado de la llamada nueva historia o historia seriada de las mentalidades. Así pues, la expresión “memoria histórica” se inscribe en el contexto de la historiografía como registro escrito del pasado. O lo que es igual, de la memoria del pasado fijada en la escritura. La historiografía consiste en poner por escrito nuestro pasado y los que ejercen este noble trabajo se denominan historiadores (Ιστορία y γράφος), que son los que escriben o describen la historia como hechos del pasado. En este sentido se ha de interpretar, creo yo, el programa da la UNESCO sobre la memoria del mundo.


Cabe hablar de memoria histórica personal, familiar y nacional. Un buen ejemplo de memoria personal lo tenemos en los historiales clínicos. Los buenos médicos no improvisan sus diagnósticos y remedios curativos. Antes de tomar cualquier decisión tratan de conocer lo más y mejor posible la historia clínica archivada del paciente. Innecesario advertir que cualquier error incorporado en el historial clínico puede ser nefasto a la hora de tomar decisiones sobre el trato que se ha de dispensar al paciente.


En el contexto familiar cada vez es más frecuente, dadas las posibilidades de viajar, el que miembros de una determinada familia de antiguos emigrantes vuelvan al país de origen de sus padres o abuelos para reconstruir y continuar la memoria de sus respectivas familias. La gente bien nacida, suele decirse, no reniega ni se avergüenza de sus orígenes sino que trata de aprovechar de ellos lo mejor olvidando lo peor. Luego está la memoria histórica de las naciones mediante la cual los historiadores tratan de reconstruir mentalmente y poner por escrito los orígenes y el proceso de formación, lo mismo en los períodos de paz que durante las malditas guerras y atrocidades cometidas entre los habitantes de una determinada configuración geográfica y las naciones ya constituidas entre sí. Esta reconstrucción escrita del pasado de los diversos pueblos y naciones es de suyo muy difícil de llevar a cabo de forma totalmente satisfactoria por razones obvias, pero los buenos historiadores se esfuerzan en ser objetivos en la reconstrucción de los hechos del pasado evitando la manipulación y distorsión intencionada de los mismos para utilizarlos como arma política en nombre de la justicia. Cuando el historiador trabaja sobre el pasado, motivado, no por establecer la verdad de las cosas que ocurrieron, sino por intereses ideológicos o políticos, se convierte fácilmente en un buitre desenterrador de cadáveres y provocador de odios entre los vivos.


De entrada cabe destacar que “memoria histórica” es un concepto falso y confuso ya que la memoria es una categoría psicológica individual. La memoria es la facultad o capacidad individual de recordar el pasado. En este sentido decimos que una persona tiene mucha o poca memoria. Además, esta facultad se pierde progresivamente de una forma natural. Uno de los signos más alarmantes de senilidad es la pérdida de la memoria que en vano se trata de reparar. Todos sabemos que vivir con una persona que ha perdido parte importante de la capacidad de recordar es un calvario. Ahora bien cabe distinguir psicológicamente dos tipos fundamentales de memoria: sensitiva e intelectiva.


La memoria sensitiva nos capacita para recordar y retener fácilmente hechos y acontecimientos del pasado. Con la particularidad de que, si bien la buena memoria sensitiva es un factor muy importante para el desarrollo posterior del pensamiento, ello no significa que la buena memoria sensitiva sea una garantía segura de sana inteligencia. Hay personas que recuerdan hechos y dichos con facilidad, hablan descriptivamente de todo pero apenas piensan y razonan de forma correcta sobre su caudal de recuerdos. Por el contrario, quienes están dotados de buena memoria intelectual recuerdan principalmente los datos esenciales de los problemas con vista a la solución correcta de los mismos en el presente. La memoria, por tanto, es una facultad de recuerdo personal que hay que tratar con mucho cuidado reconociendo la importancia que tiene sin violentar su naturaleza atribuyéndole una importancia que no le corresponde. El mucho recordar puede ser tan indeseable como la amnesia, lo mismo desde el punto de vista sensible que intelectual. Por otra parte, se asocia la memoria a la historia lo cual exige otra aclaración importante.


El hecho de relacionar la memoria con la historia tiene un precedente singular en el filósofo Francis Bacon (1561-1626) el cual tuvo la ocurrencia de clasificar las ciencias tomando como criterio las facultades cognoscitivas implicadas en el conocimiento humano, a saber: memoria, imaginación y razón. De este modo relacionó las ciencias de la razón con las matemáticas y la filosofía; las ciencias de la imaginación con la poesía y las ciencias de la memoria con la historia. Esta definición pasó a la enciclopedia francesa y empezó a funcionar por ahí hasta nuestros días con un cariz abiertamente político, que nada tiene que ver con el sentido baconiano original de la expresión.


La memoria, en efecto, se refiere a la historia en el sentido de que tiene como objetivo la acumulación de datos del pasado para elevar sobre ellos la inducción. En este sentido habla Bacon en su Novum Organum hasta de ciento treinta “historias” diferentes, todas ellas encuadradas en el marco general de la historia natural, humana o civil. La facultad más representativa de la historia como recuerdo del pasado es la memoria, como la imaginación lo es del arte y la razón de la ciencia. La memoria, pues, es tomada aquí sólo como facultad de conocimiento memorístico y nada más. Esta clasificación universal del saber humano la propuso Bacon en función del conocimiento del pasado que debería culminar en estudios históricos científicamente objetivos. Pero no como excusa para recrear en el presente problemas del pasado, o incrementar los ya existentes. De este importante trabajo de la investigación histórica se ocuparon siempre y deben seguir ocupándose los buenos historiadores que en su trabajo se mantienen alejados de los prejuicios e intereses ideológicos o políticos. La memoria histórica, por el contrario, tal como se la entiende actualmente, es casi siempre un derivado bastardo de intereses ideológicos y políticos.


En esta línea de politización indeseable de la memoria histórica me parece oportuno recordar algunas matizaciones del filósofo Gustavo Bueno en el curso de una conferencia. Y cito a este pensador porque se podrá estar en desacuerdo con él en muchas cosas, pero nadie podrá decir de él que sea un hombre entregado al servilismo de ningún grupo político. Refiriéndose al caso español, definió el proyecto de ley socialista sobre la “memoria histórica” como un intento de "identificar al PP con el franquismo" y como "un arma arrojadiza contra el PP para identificarlo con el franquismo, entendiendo que no hubo transición". Y en otro momento: "Lo que la izquierda llama Memoria Histórica es un intento de reconstruir la historia durante el franquismo desde perspectivas totalmente partidistas". O sea, todo lo contrario de lo que debe hacer un buen historiador objetivo con los hechos del pasado sin prejuicios ni manipulaciones del recuerdo. En otro momento de su intervención el filósofo descalificó al gobierno socialista de Rodríguez Zapatero por pretender borrar del callejero los nombres de los "golpistas del 36 y no retirar los nombres de los golpistas del 34, que se levantaron contra el gobierno establecido reivindicando una dictadura del proletariado". La memoria histórica consiste en la utilización del pasado como arma política dando la espalda a la historia real en la que se aprende de los errores del pasado evitando su repetición en el presente.


2. LA MEMORIA HISTÓRICA COMO MOVIMIENTO SOCIO-CULTURAL


A la altura de la primera década del siglo XXI se habla ya Recuperación de la Memoria Histórica cuyo concepto definitorio se encuentra en la acción social, cultural y política realizada hasta la fecha. En tal sentido algunos definen la Recuperación de la Memoria Histórica como un movimiento socio-cultural de izquierdas de origen civil para divulgar de forma sistemática la historia de la lucha contra el fascismo y sus protagonistas con el único objetivo de que se haga justicia y sean recuperados referentes del pasado para luchar por los derechos humanos y construir la izquierda deseable para el siglo XXI. Algunos matizan que cuando hablan de justicia se refieren al reconocimiento y reparación de los hechos injustos y que las actitudes revanchistas no beberían tener cabida en este movimiento ya que la revancha equivaldría a hacer a hacer con los herederos de los verdugos lo mismo que estos hicieron con nuestros padres o abuelos.


Lo que realmente se pretende, dicen, es establecer la verdad histórica ya que hasta ahora, tratándose del caso español, sólo el bando vencedor de la guerra civil tuvo acceso a los medios de difusión y el apoyo institucional necesario para acometer esta tarea. Otros grupos no hacen ascos a la reivindicación de la verdad histórica de una forma salvaje, si ello se considera oportuno, desenterrando cadáveres y destruyendo la paz lograda en el presente por las víctimas más inmediatas a las presuntas injusticias del pasado. En cualquier caso lo que me interesa en este momento es destacar el giro político de la memoria histórica contaminando el significado propio de la memoria como capacidad de recuerdo y de la historia como maestra de la vida.


3. EL HOLOCAUSTO Y LA MEMORIA HISTÓRICA COMO DEBER


Hablando de memoria histórica resulta obligado hacer referencia al holocausto judío perpetrado por los nazis durante la segunda guerra mundial. Entre los rasgos de este desgraciado evento histórico cabe destacar los siguientes. En este macabro y descomunal genocidio judío no solo se trataba de matar judíos sino que se hacía de tal forma que no quedara resto o rastro histórico de ellos. El genocidio judío implicaba un proyecto formal bien calculado de OLVIDO en el sentido de que se los asesinaba de tal forma que no quedara de ellos ni el más mínimo rastro de su cultura. En definitiva se trataba de expulsarlos para siempre de la condición humana. De acuerdo con la mentalidad nazi, los judíos eran seres abyectos que sólo merecían la muerte y en razón de esta peculiaridad surgió el concepto de “crimen contra la humanidad” (contra la especie humana y contra la razón) como un delito que no prescribe y que, por lo mismo, ha de ser perseguido en todos los tiempos. El holocausto judío significó un crimen específico contra la especie humana y todas las conquistas del progreso humano. Con la muerte del judío los nazis se propusieron hacer morir también muchas de las cualidades del hombre y de ahí la importancia de la “memoria histórica” como recuerdo permanente. El pueblo judío se convirtió así en el pueblo de la memoria.


Esta singularidad del holocausto judío no significa que las víctimas judías sean de primera clase y que las muchas otras existentes hayan de ser tratadas como de segunda o tercera categoría. No es que el sufrimiento judío valga más que otros sufrimientos. La singularidad del proyecto nazi de exterminio del pueblo judío consistió en que se buscaba explícitamente el olvido de las víctimas, mientras que en los otros genocidios las víctimas quedan a la vista de todos. De ahí la necesidad de no olvidar o infravalorar su memoria. Esta es una interpretación de la memoria histórica judía que algunos consideran válida en lo esencial, pero a condición de que no se exagere la “memoria histórica judía” con menoscabo de la memoria histórica del cristianismo y de otras instituciones históricas homologables.


La verdad es que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre este tema. Se admite la memoria de unos y se olvida sistemáticamente la de otros. Cada cual entiende por memoria histórica el recuerdo de lo suyo y de los derechos que le afectan más directamente. Para salir de este obstáculo cabe hablar de al menos tres formas de entender la memoria histórica: 1) Como sensus internus o sentido interno previo al entendimiento. 2) Como un sentimiento moral en clave de conocimiento mediante el cual se destaca la importancia de las víctimas y 3) Como “deber de memoria” interiorizado. El recuerdo permanente de las víctimas del Holocausto judío se convierte así en una obligación permanente. Se trataría, pues, de una estrategia para que lo ocurrido no se repita en el futuro más que de recordar cosas del pasado para atizar el rencor o los sentimientos revanchistas en las futuras generaciones. Se reconoce, por otra parte, que el ejercicio de la memoria histórica complica las cosas en lugar de resolverlas por la simple razón de que el recuerdo de las injusticias del pasado abre inevitablemente heridas en el presente. Por lo mismo, no basta el mero recuerdo sentimental del holocausto para que no se repita en el futuro sino que es necesario un programa de reflexión profunda sobre el genocidio judío para no quedar entrampados en el mero recuerdo del pasado. En opinión de los tratadistas más razonables del holocausto judío el objetivo principal de la memoria histórica debe ser la reconciliación.


Aún dejando a un lado las interpretaciones fanáticas del holocausto judío, que existen, el riesgo de exagerar algunas de sus notas específicas no desaparece. Sobre todo al describirlas como si no hubieran existido otros genocidios de naturaleza similar. Muchos supervivientes de los tormentos y de las masacres llevadas a cabo por algunos regímenes comunistas, por ejemplo, podrían describir su situación con los mismos rasgos patéticos con los que suele describirse el holocausto judío. En los genocidios y brutalidades de los regímenes marxistas más extremos se buscó igualmente el olvido de cualquier rastro o memoria de los exterminados y también se hablaba de un antes y un después del exterminio de personas, pueblos, historia, fronteras y culturas. Por esta razón creo que la pretensión por parte de algunos de monopolizar el dolor humano mediante el holocausto judío es emocionalmente comprensible pero razonablemente discutible. Hoy más que nunca cabe espantarnos de la irracionalidad nazi respecto del pueblo judío desde la genética más autorizada que descalifica cualquier pretensión racista. Es esta una lección que hemos de aprender todos, incluidos los judíos y pro-judíos fanáticos excluyentes, que todavía existen.


Por otra parte, tampoco conviene exagerar el presunto “deber de memoria”. La memoria es una facultad muy frágil que se pierde de forma natural y es inútil pretender imponer el recuerdo de ciertos acontecimientos pasados por importantes que ellos sean. Si ya el recuerdo selectivo y persistente de cosas agradables termina produciendo hastío, cabe pensar que mucho más cansará el recuerdo forzado de acontecimientos tan deleznables como el holocausto judío. La psicología humana tiene sus leyes y cuando no se respetan se produce el efecto contrario de lo que se pretende. Hay muchas cosas del pasado, en efecto, que más que recordadas merecen ser olvidadas. El denominado “deber de memoria” respecto del holocausto puede convertirse en una coacción moral en toda regla, con lo cual el remedio podría resultar tan malo como la enfermedad. La experiencia enseña que las injusticias del pasado son como cierta basura, que cuanto más se la revuelve peor huele. Pienso que la memoria del holocausto sólo se justifica si con ella se busca la reconciliación y la mejor comprensión entre las generaciones presentes y futuras. Si, por el contrario, lo que se pretende es atizar el rencor y el instinto justiciero de venganza, mejor es que tales injusticias queden sepultadas en el olvido de los archivos históricos. Esto, dicho en relación con el holocausto judío, es aplicable a todos los genocidios que se han perpetrado a lo largo de la historia hasta nuestros días. A este respecto me parece oportuno recordar algunas observaciones de Sholomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel y Vicepresidente del Centro Internacional de Toledo por la Paz. De su discurso del 26 de enero del 2007 en Madrid en el Congreso de los Diputados cabe destacar algunas afirmaciones altamente significativas.


El pueblo judío está obligado a recordar a los héroes del bien y no sólo a los protagonistas del mal para inmortalizar el bien que el ser humano es capaz de hacer en los momentos en que la civilización parece haber sido secuestrada por las fuerzas del mal. En este sentido criticar a Israel no tiene por qué ser interpretado como antisemitismo. Pero esa crítica no puede aceptarse cuando se trata de negar o infravalorar el hecho y significado del holocausto, como algunos pretenden. Otra forma de negar el holocausto judío, dijo, es el relativismo igualándolo con otras formas de genocidio. No obstante, matizó, “también nosotros los israelíes tenemos la obligación de ser cautos con nuestro mensaje y con las metáforas que manipulamos. La Shoá es no sólo una herida de una envergadura meta-histórica, es también un agente presente en la configuración de nuestra identidad y una posible explicación de no pocos de los complejos espirituales y políticos como israelíes y judíos”. Dijo después que tanto el pueblo judío como sus verdugos tienen que educar a las nuevas generaciones contra las malignas consecuencias de la xenofobia, el racismo y el antisemitismo evitando la tentación de caer en el victimismo obsesivo. Después de insistir en que el Holocauso es una atrocidad única que no admite ser “banalizada” como si de otra cualquier atrocidad humana perpetrada en el pasado por los diversos regímenes políticos se tratara, dijo que “aún sigue abierto el debate de si ha llegado la hora de cerrar definitivamente la cuenta entre judíos y cristianos en Europa”. Y añadió: “Yo defiendo la memoria. Pero al mismo tiempo es necesario que los judíos, también en Israel, empecemos a abandonar la mentalidad de la víctima y del gueto, que a veces es un impedimento en nuestra relación con el mundo que nos rodea. Sólo si llegamos a asumir la legitimidad de las demandas de otras víctimas y llegamos a aceptar que nosotros, en nuestro afán de asegurar un futuro normal para nuestro pueblo, hemos convertido a otros en víctimas, seremos capaces de conseguir la reconciliación con nuestro entorno. La memoria del Holocausto sí, pero para abrir caminos hacia el futuro y no para quedarnos anclados en el pasado”. En este sentido no anda descarriado Yehuda Elkaná, superviviente de Auschwitz, cuando se decanta a favor del olvido de la Shoá cuando de ésta se sacan lecciones de exclusivismo nacionalista.


A juicio del ilustre conferenciante, “llegamos a una situación en la que Israel y su sociedad, en vez de actuar como un Estado soberano en un mundo que cambia vertiginosamente, vive encarcelado en la paranoia holocáustica de un gueto siempre al borde de la destrucción. Israel necesita dominar la memoria en vez de convertirse en su rehén”. Terminó su discurso insistiendo en que los judíos no pueden permanecer encerrados en el gueto mental de sus convicciones y que se han de emplear afondo en la titánica labor de quebrar el código genético del conflicto árabe-israelí y abrir el camino a la reconciliación. Pero hay que contar con los fundamentalismos y los líderes suicidas los cuales dejan poco o nulo margen para la misericordia con los débiles. De ahí que, a juicio de Shlomo Ben-Ami, la única salida posible de esta situación es la del reconocimiento mutuo y el respeto a la dignidad humana de todos.


4. LA MEMORIA HISTÓRICA DE LOS MÁRTIRES CRISTIANOS

La Iglesia como institución ha cometido errores a lo largo de la historia debidos siempre a la condición humana de sus líderes de turno. Pero igualmente hemos de reconocer que la Iglesia es la única institución pública que asume la responsabilidad de sus errores y se esfuerza por reconocerlos para no recaer en ellos, al tiempo que perdona a sus perseguidores sin exigir pago revertido en términos de venganza justiciera. La Iglesia cuenta con una historia impresionante de víctimas, desde sus orígenes hasta nuestros días, y no olvida jamás el recuerdo ejemplar de sus mártires. En su momento publiqué un libro titulado “Los pecados de la Iglesia” al que remito al lector. Un ejemplo de memoria histórica singular de sus víctimas es la “beatificación” y “canonización” de muchos de esos mártires. Salvadas las diferencias, estos actos de reconocimiento público son comparables a los actos académicos instituidos para conferir el título de profesor “honoris causa” a personas cuya trayectoria intelectual se ha destacado de forma eminente en alguna rama de la ciencia o del saber en general. En clave cristiana el criterio para definir esa faceta eminente es el grado de caridad o amor que caracterizó a esas personas entregadas al servicio de los demás de acuerdo con los parámetros que el propio Cristo estableció para la promoción del “Reino de los cielos” en cuyos dominios el odio, el recuerdo rencoroso y la venganza disfrazada de justicia no tienen cabida. Ahora bien, los mártires cristianos son justamente aquellos hombres y mujeres que fueron ejecutados por sus verdugos por ser leales a esta causa suprema de humanidad sin envenenar sus sentimientos con ideas o motivos políticos. Sólo tres ejemplos recientes pueden bastar para ilustrar lo que termino de decir.


5. DEL HUÁSCAR A LAS MALVINAS Y LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA


En la base naval de Talcahuano, Chile, se encuentra anclado el monitor Huáscar. Como es sabido, es un buque de guerra del siglo XIX de destacada participación en la guerra del Pacífico. Sirvió en la Marina de Guerra del Perú hasta el 8 de octubre de 1879 en que fue capturado por la escuadra chilena en el combate naval de Angamos. Sirvió en la Armada Chilena hasta 1897 y hasta hoy día sirve como museo flotante en Talcahuano. Tuve la oportunidad de visitarlo y me llamó gratamente la atención el modo de contarme la historia de los hechos ocurridos. No se me ocultó lo que allí ocurrió. Los hechos son hechos y el historiador no tiene derecho a ocultarlos sin razón suficiente y menos aún a deformarlos. Pero en la memoria o recuerdo de los mismos percibí la delicadeza y respeto con que fueron descritos de suerte que la admiración de la belleza del barco y la comprensión de las miserias humanas de la guerra invitaba más al olvido generoso de lo ocurrido que al recuerdo orgulloso o vengativo por parte de quienes, por otra parte, nada tuvieron que ver personalmente en aquel acontecimiento del pasado.


El año 1982 se produjo el conflicto político que degeneró en la guerra de las Malvinas entre Argentina y El Reino Unido. Al final del conflicto la Primer ministro Margaret Thatcher decidió que se celebrara un acto nacional conmemorativo de las víctimas británicas durante el conflicto, en la catedral de S. Pablo. Pero el servicio religioso tenía un carácter exclusivamente político y no humanitario al excluir a los soldados argentinos igualmente caídos. Thatcher se negó en rotundo a que durante la celebración religiosa fueran mencionados los soldados argentinos muertos durante la guerra. Pero el Arzobispo Dr. Runcie protestó y dijo que, como soldado que había sido antes que obispo, conocía mejor que Margaret Thatcher la maldad de una guerra y que, como cristiano, se creía en el deber de recordar a los soldados argentinos como víctimas de la guerra igual que los británicos. El Arzobispo no se opuso a que los historiadores contaran objetivamente lo que había ocurrido en la guerra. Pero, una vez la guerra declarada, todos los que murieron en ella, argentinos y británicos, fueron víctimas por igual del conflicto bélico y debían ser recordados con la misma comprensión y compasión en lugar de utilizar cobarde y orgullosamente el acto religioso como arma política, que es lo que hizo el Gobierno británico.


En octubre del 2007 tuvo lugar la beatificación de 498 personas asesinadas durante la guerra civil española. Con este motivo la Conferencia Episcopal Española había emitido el comunicado del que cabe resaltar lo siguiente. En primer lugar, se habla en concreto de la persecución religiosa de los años treinta desencadenada durante la década de los años treinta del siglo XX. A los muchos miles de personas asesinadas por su confesión religiosa cristiana se los denomina, como siempre se hizo a lo largo de la historia, “testigos heroicos del Evangelio”. Nada de opositores políticos. Los historiadores objetivos lo saben bien. En 1999 la CEE había pedido ya perdón por las “violencias inauditas” a las que el mundo, Europa y España se vieron arrastradas por “ideologías totalitarias, que pretendían hacer realidad por la fuerza las utopías terrenas”. Y citando a Juan Pablo II: “Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires y el testimonio de miles de mártires y santos ha sido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y del ateísmo”. Los mártires cristianos, en efecto, “están por encima de las trágicas circunstancias que los han llevado a la muerte. Con su beatificación se trata, ante todo, de glorificar a Dios por la fe que vence al mundo (cf. 1Jn 5,4) y que trasciende las oscuridades de la historia y las culpas de los hombres. Los mártires “vencieron en virtud de la sangre del Cordero, y por la palabra del testimonio que dieron, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12, 11). Ellos han dado gloria a Dios con su vida y con su muerte y se convierten para todos nosotros en signos de amor, de perdón y de paz.” Los mártires cristianos de la guerra civil española no fueron héroes políticos sino hombres y mujeres de bien, que murieron por el mero hecho de creer en Dios y perdonando a sus verdugos. O sea, todo lo contrario de quienes mueren matando o exigen venganza eterna en nombre de la justicia. Cualquier persona de cultura hoy día puede verificar, si lo desea, cómo a estas personas se las exigió incondicionalmente renunciar a su fe cuya insignia moral propia es el amor incluso a los enemigos. Con ello se pretendió borrar esta noble fe religiosa en aras de una ideología totalitaria que rezumaba odio, alimentado principalmente por la ideología marxista dominante y el laicismo más cerril e incivilizado.


Sin embargo, en medio de tanta destrucción y de tanto odio prevaleció el amor más grande contra la política más brutal y rastrera. Por eso, cuando se los llama «mártires de la guerra civil» sin más se están manipulando los términos. La guerra civil, en efecto, fue el contexto sociopolítico en que se produjo su muerte, pero ellos fueron víctimas, no de una guerra civil como tal, sino de una persecución religiosa programada por un sector político, lo cual cambia por completo el enfoque del problema. Los beatificados hasta ahora nunca fueron a la guerra. Eran personas pacíficas que estaban en sus respectivas casas o residencias sociales o comunidades religiosas y los mataron porque eran religiosos, católicos o gente de fe. Sólo algunas matizaciones para terminar este desagradable capítulo de la memoria histórica “a la española”.


Desde el punto de vista meramente político, el paso de la administración franquista a la democracia se llevó a cabo de una manera tan ejemplar que causó asombro en el mundo entero. Y ello gracias a la sensatez política de un grupo de personas bien conocidas y la mediación sapiencial y humana de la Iglesia. Ningún historiador profesionalmente competente y fiable se atreve hoy día a negar esta realidad. La “política” del olvido de los hechos desagradables del pasado había triunfado y las personas más razonables y honestas estaban convencidas de que no habría ya ranas que empuercaran el agua de la paz y la buena convivencia con la memoria histórica rencorosa. Pero todo el gozo en un pozo. Con la llegada del Partido socialista al poder las aguas empezaron a agitarse de nuevo con el riesgo de transformar el lago de la tranquilidad y el civismo en un charco de recuerdos desagradables en el cual sacia su sed de rencor un pequeño rebaño de cabras sueltas por la calle. En este contexto se pretendió politizar burdamente la memoria de los mártires cristianos del siglo XX.


Contra esta operación distorsionadora de la realidad histórica está el hecho de que los mártires cristianos fueron héroes de la fe en Dios y del amor y no héroes del poder político. Y lo que es más. Los mártires cristianos de la guerra civil española no murieron matando o pidiendo la muerte de nadie, sino perdonando a sus propios verdugos. Esto es lo que sabemos de su historia personal. Por eso, cuando se les concede el título excelso de “beatos” o “santos” no es por razones políticas sino por la calidad y dignidad ética de sus vidas en grado heroico sirviendo a los demás en nombre de Dios. Esta ha sido la trayectoria de la Iglesia durante veinte siglos en relación con sus mártires y resulta por lo menos pedante la pretensión de confundir la categoría de mártir cristiano con la de héroe político. Mientras los mártires cristianos son capaces de perdonar el mal que recibieron y olvidar las cosas que no merecen ser recordadas, los militantes de la “memoria histórica política” son incapaces de recordar sin rencor, y menos aún de perdonar a quienes les han ofendido. Pero esa incapacidad, disfrazada de justicia histórica, es problema suyo y no tienen derecho a contagiárnosla a los demás. Para evitar que estas beatificaciones fueran utilizadas como arma política por la administración franquista, Pablo VI decidió suspenderlas hasta que pasaran al menos 50 años. Unos dicen que olvidan pero no perdonan. Otros, que ni olvidan ni perdonan. Los más sensatos piensan que hay que escribir la historia con objetividad sin omitir ni distorsionar los hechos que realmente tuvieron lugar en el pasado, lo mismo agradables como desagradables para que prevalezca lo bueno y no se repita lo malo. Sólo así se comprende el sabio aforismo de que “la historia es maestra de la vida”.


6. REFLEXIONES FINALES


El concepto de memoria histórica, como dije al principio, lo puso en marcha Pierre Nora. Luego adquirió un significado muy particular y específico en la Shoá como paradigma de la justicia histórica del pueblo judío frente a sus verdugos nazis. Últimamente la memoria histórica se ha convertido en una forma muy discutible de hacer política con perjuicio de la objetividad histórica y de la administración de la justicia. Se dice con razón que los vencedores en los conflictos bélicos y los tiranos escriben la historia siempre a su favor. Esto no es nada nuevo. Tampoco sorprende a nadie el hecho de que los historiadores sean incapaces de reconstruir el pasado de forma totalmente objetiva e imparcial aunque se lo propongan como objetivo profesional. Con frecuencia hemos sido testigos personales de un acontecimiento, luego leemos los medios de comunicación o una crónica y exclamamos asombrados: “¡así se escribe la historia!”. No en vano se ha incrementado la aparición de libros relacionados con las “grandes mentiras de la historia”. Estas publicaciones vienen a confirmar lo que en el lenguaje coloquial se expresa cuando decimos que las mentiras más grandes están escritas en los libros.


Todos somos conscientes de la dificultad de escribir sobre hechos que tienen lugar en nuestro entorno mientras estamos vivos. Los medios de comunicación hablan de la historia del día a día en presente. Pues bien, si tan difícil es dar cuenta y razón de forma satisfactoria de lo que ocurrió el día anterior entre los vivos, cabe pensar que la reconstrucción de la memoria histórica de hechos remotos en el pasado será mucho más difícil. Con la circunstancia agravante de que la mayor parte o todos los que fueron protagonistas de aquellos hechos están ya muertos y la capacidad de recordar entre los vivos es muy frágil y poco duradera. Hoy por hoy la edad no perdona y la capacidad de recordar fielmente lo que ha ocurrido en nuestro entorno se pierde con facilidad hasta extremos muy lamentables ya antes de morir.

Por estas elementales razones vitales, que entienden hasta los niños de pecho, se comprende que ninguna persona sensata se escandaliza porque incluso los mejores historiadores tengan lagunas importantes en la reconstrucción escrita del pasado. Lo que sí resulta novedoso y escandaloso es el giro que se ha producido hacia la politización total de la memoria o recuerdo del pasado en nombre de la justicia reivindicando obsesivamente el recuerdo de lo peor de forma partidista y políticamente vengativa. Lo cual significa que los ideólogos y políticos menos cualificados se atribuyen el derecho de dictar a los verdaderos historiadores lo que éstos tienen que recordarnos de forma permanente y selectiva sobre el pasado. Hay grupos políticos que incluso obligan a explicar la historia en los centros de enseñanza de acuerdo con su ideario político. Los grupos nacionalistas y los dictadores tienen particular interés en politizar la memoria histórica y a utilizar a los historiadores como instrumentos de usar y tirar según que obedezcan o desobedezcan las consignas políticas que reciben.


Personalmente pienso que los historiadores deben plantar cara a los políticos que pretenden dictarles cómo se escribe y hay que enseñar la historia. Los historiadores, como los jueces, deben ser imparciales en sus investigaciones y más aún en la forma de relatar y suministrar los hechos históricos sin presiones o intenciones políticas. El pasado de todos los pueblos y naciones está infectado de odios, guerras e injusticias. No existe ningún país del mundo totalmente inocente o totalmente culpable. En el pasado, como en el presente, en todas partes hubo gente sensata, locos de atar y malvados profesionales. Como consecuencia de lo cual, en todas partes, y bajo todos los regímenes políticos sin excepción, hubo víctimas inocentes. Cualquier intento, pues, de escribir la historia olvidando esta triste realidad se convierte en una provocación desde el momento en que entran en juego los intereses políticos. La memoria histórica se ha politizado y los buenos historiadores tienen ante sí el reto de no caer en los cepos de la política que los convierte en desaprensivos desenterradores de cadáveres y malos recuerdos.


Por lo que se refiere a la memoria del Holocausto estoy totalmente de acuerdo con Sholomo Ben Ami y Yehuda Elkaná. Si el recordar sólo sirve para quedar obsesivamente anclados en el pasado como rehenes de recuerdos desgraciados, o para seguir abriendo heridas y saciar rastreros sentimientos políticos, más vale la estrategia del olvido inteligente y pragmático. Una cosa es reconstruir la historia como maestra de la vida y otra cosa muy distinta recordar obsesivamente acontecimientos del pasado para legitimar sentimientos subliminales de venganza en nombre de la justicia.


Pienso que en nombre del buen uso de la razón y del realismo de la vida hay que denunciar y desacreditar moralmente la politización de la memoria histórica. La historia como memoria escrita del pasado ha de ser contada con cruda objetividad, lo mismo en lo bueno que en lo malo. Pero sin prejuicios o intenciones políticas. Cuando esta condición no se cumple la historia deja de ser maestra de la vida y se convierte en mentidero universal. Hay que dar cuenta y razón de los hechos del pasado, lo mismo si son buenos como si son malos. El buen historiador no oculta jamás la realidad y si algunas heridas quedan abiertas, esto sólo debe ocurrir cuando no hay otra alternativa para que cicatricen y queden definitivamente curadas, no para agrandarlas y exhibirlas permanentemente. Los buenos historiadores son como los buenos galenos de la memoria histórica. Donde no hay heridas no las abren y donde las hay tratan de hacerlas desaparecer dinamizando las gestas felices y sepultando en los archivos históricos las gestas desgraciadas. Lo contrario sólo sirve para fomentar reivindicaciones obsesivas de revancha en nombre de la justicia. Con el agravante añadido de que todo eso a los muertos y víctimas del pasado no les sirve para nada. Para ayudar a entender el alcance de mi propuesta del olvido selectivo de los recuerdos desgraciados y la potenciación de los recuerdos felices, me parece oportuno terminar este breve discurso con las reflexiones siguientes, por analogía a lo que ocurre en la vida individual de las personas.


A lo largo y tendido de mi carrera profesional me he encontrado con personas de toda raza, cultura, nación, sexo y edad. Y también con gente sensata, loca de atar y mentalmente perversa. Pero todas con un denominador común que es el sufrimiento. Pues bien, una de las causas del sufrimiento suele ser el recuerdo obsesivo de los presuntos males que recibieron en el pasado. En casos extremos el dolor deriva en situaciones patológicas y entran en acción los psiquiatras. Esto está a la vista de todos y no es mi propósito hacer aquí una crítica de los diversos métodos de tratamiento psiquiátrico. Lo que quiero destacar es que hay personas que viven del pasado obsesionadas por sus males endémicos y por las presuntas injusticias recibidas por parte de los demás. Pues bien, quienes se obstinan en sus malos recuerdos con el pretexto de que se haga justicia en su favor corren el riesgo de convertir su memoria histórica personal en una obsesión que les impide ser razonables y buscar vías alternativas para poner las cosas en su sitio de forma humana y civilizada. He llegado a la conclusión de que la memoria histórica personal ha de ser selectiva. Pero no en el sentido de excluir por principio, por presiones externas o prejuicios, unos hechos condenando al olvido otros.


Seleccionar la memoria histórica personal significa, en primer lugar, conocer con objetividad lo que ha sido nuestra sin ocultar nada importante. Y, en segundo lugar, reactivar los recuerdos felices condenando al olvido los recuerdos desagradables. Obviamente, quienes dicen que olvidan pero no perdonan; o que no hay que olvidar ni perdonar nunca las injusticias históricas, difícilmente podrán ser optimistas y ellos mismos terminarán cometiendo injusticias iguales o mayores que aquellas para cuya reparación exigen memoria permanente y justicia sin compasión. La capacidad de comprender y eventualmente olvidar las miserias humanas es uno de los signos más fiables e inequívocos de humanidad. El olvido sapiencial de los recuerdos desgraciados es un remedio clínico muy eficaz para curar las enfermedades del espíritu cuya etiología es la injusticia sufrida en el pasado. He conocido a personas que han practicado este método del olvido sapiencial con resultados envidiables en términos de felicidad personal. Por el contrario, no he conocido a nadie que sea verdaderamente feliz atizando la memoria de sus recuerdos desgraciados o reivindicando de forma obsesiva compensaciones incondicionales de justicia.


Esto que acabo de decir sobre la historia íntima de las personas es aplicable, por analogía, a la vida de las naciones y de los diversos colectivos humanos. La politización de la memoria histórica que se está produciendo actualmente fuera del ámbito de la Shoá, especialmente en España, es un fenómeno preocupante y paradójico. Preocupante porque contribuye a la corrupción del verdadero relato del recuerdo histórico en términos de objetividad y realismo histórico. Y paradójico porque dicho fenómeno se produce cuando dentro del judaísmo hay ya voces autorizadas que reconocen la utilidad práctica de la política del olvido sin renunciar a la memoria objetiva. De hecho, en España se practicó la política del olvido civilizado al final de la administración franquista y ello dio un resultado políticamente envidiable. Pero, como suele decirse, siempre hay alguna rana que empuerca el agua. En este caso las ranas han sido principalmente algunos grupos socialistas y nacionalistas. Memoria histórica, sí, pero no politizada sino escrita por profesionales sin rencor de tal forma que la historia sea realmente maestra de la vida y no una excusa para potenciar los instintos de venganza en nombre de la justicia. La verdadera memoria histórica exige rigor profesional sin intereses políticos o ideológicos mezclados y olvido terapéutico de los hechos desgraciados del pasado que han de quedar a buen recaudo en los museos de la historia. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.

viernes, 8 de enero de 2010